3ª de Portafolio
La weona de la Camila me dijo piojenta. Estábamos formadas en la fila y no quería ponerse atrás de mí porque decía que se le pegaban los piojos, que su mamá le había dicho que no se acercara a mí. Y puta, me dio rabia, porque siempre me están webiando, así que fui y la empujé. Y todos empezaron a empujarme, y más rabia me dio. Parece que le puse mucha fuerza al último empujón y caímos al suelo. Le saqué caleta de pelo; me quedó toda una mota en la mano. A la Camila le salió sangre de la cabeza incluso. Cuando llegó el profe de religión, me agarró de un ala y me hizo a un lado. La Camila solo lloraba como una pendeja. Yo estaba chata de su llanto. Quería pegarle más.
“Hoy no se tomó la pastilla”, dijo la vieja de UTP. “¿Y qué le importa a usté?”, le grité, chispeándole los dedos. “Llévala a mi oficina, por favor”, dijo, con cara de odio, el profe.
Me late fuerte el pecho. Me están creciendo las tetas. Me las toco y las miro por encima del jumper. Quiero saltar, gritar. No sé, es raro.
Llega la vieja de ciencias. Me da un vaso de agua y las pastillas.
Hoy sí desayuné. Ahora, acabo de almorzar.
A veces, no tomo las pastillas los fines de semana. Mi awela no siempre se puede levantar. Aquí, en el colegio, siempre tienen a una profe que se encarga de dármelas todos los días y a la hora que tocan.
“El consultorio se enoja si pierdo las pastillas”, dicen mi awela y la profe. Lo único que sé es que tengo que comer antes. Si las tomo a guata pelá, me dan ganas de vomitar. Una vez me pasó y vomité caleta en el colegio. Desde ahí que siempre me tienen guardada la colación de la juna en las mañanas, aunque llegue más tarde.
La vieja de UTP sale de la oficina con el profesor. Me dicen que los espere, viejos flojos, en vez de atenderme.
Llegan mis hermanas a verme y estamos esperando a que vuelvan todos. Sus mochilas son más grandes que ellas. Las molesto caleta. Se ríen. Nos ponemos a jugar en la oficina a la lucha. Aprovecho de pegarles harto. Ellas también me pegan.
Me aburro. Son muy chicas.
Ya no me sudan las manos. No me pican los pies. Ya no quiero saltar ni gritar. Me pesa el cuerpo. Pienso más lento. Se me cierran un poco los ojos.
Como no llegan, mejor voy al baño con el celular. Me encierro y me acerco al espejo a mirar mis frenillos. Tenía un poco de galletón de avena entremedio. Me saco todos los pedazos.
Me balanceo subiéndome con los brazos erguidos al lavamanos. Me pego con el espejo y queda moviéndose. Mejor me bajo.
Saco mi celular y miro las historias de mi IG. No tengo nada desde la mañana cuando recién llegué al colegio. Retrocedo dentro del baño, me levanto el jumper hasta la pera y me saco una foto. La miro con zoom.
Me subo la polera también hasta la pera. Saco otra foto de lado.
Dejo el teléfono en el lavamanos. Me subo a un piso rojo que siempre está en el baño. Subo otra vez mi jumper y mi polera. Me saco los calzones, subo una pierna al lavamanos y con una mano abro la piel. Me miro fijamente la vagina abierta en el espejo. Con la otra mano, empiezo a grabar con el celular y a hacerzoom.
Voy tocando cada parte y siento las hormigas ahí. Algo me empieza a latir. Lo siento hasta en el oído. Los dedos se resbalan. Están muy mojados. Mi celular enfoca, la imagen se pixelea. Juego con toda esa piel y los pocos pelos que tengo ahí. Me intento acercar con mi cabeza, pero no alcanzo a mirar bien.
El banco rojo se mueve. Casi me caigo y mi celular también.
Me da sueño. Corto la grabación, bajo la pierna, bajo la polera y el jumper, me pongo los calzones y me siento en el wáter. Miro mi celular y la otra mano la meto a mi boca. Sabe diferente.
Subo las fotos al IG, y una parte del video también, pero solo de dos segundos. Me empiezan a comentar distintas personas. Me río y sonrojo por sus comentarios. ¿Eso provoco en la gente? No soy tan fea.
Tocan la puerta. Parece un profesor. Guardo el celular, me levanto y salgo del baño. Camino hacia la oficina y ya está la vieja de UTP esperándome.
Llaman a mi casa porque me van a suspender por tres días. Nadie en mi casa puede venir a buscarme, así que el castigo queda en nada.
Dicen que mandarme a la biblio es darme un premio porque allá me quieren, que dejarme en clases está mal porque le pegué a una compañera, que dejarme en el patio es peor porque me divierto allí sola.
No saben dónde ponerme hasta que deciden que con el director, en su escritorio, leyendo el plan lector del mes junto a él. No me queda otra que leer. Igual le meto conversa al viejo, que dice que me concentre, aunque, a veces, me responde. Yo sigo leyendo. Un rato en voz alta, otro en silencio. Le digo que tengo hambre y me dice que espere, que ya me traen una colación. Pasa una media hora y mi guata empieza a crujir. Tocan la puerta y es la profe de ciencias. Le muestro mis dientes metalizados.
—De la cocina le mandan esto a Colomba.
Al final, nadie me viene a buscar, la suspensión queda en nada, y solo recibo una larga y latera conversa con el director, la de la pastoral y la vieja de UTP.
Así estoy todo el día con los directivos del colegio, menos en clases. Suena el timbre de salida y me dejan ir. Busco a mis hermanas con sus mochilas gigantes. Salimos del colegio, las voy empujando por la vereda. Me gritan que las deje. Me río. Saco mi celular y reviso todos los mensajes que tengo en mi IG. No soy tan fea.