2ª de La ciudad bajo la cámara
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La ciudad no tiene bordes. Parece extenderse cada vez que volvemos a sus límites. Siempre hay algo nuevo. Siempre descubrimos otros caminos, otras salidas, otros pasadizos, otras conexiones intrínsecas. ¿Cómo se podría capturar todo ello?
Esta no es la única duda que he tenido sobre el género documental, del cual desconfío cada vez más. ¿Puede uno renunciar a dirigir? ¿Cuál sería el resultado de un documental con la mínima intervención del director?
¿No se supone que sería algo parecido a la realidad misma?
Además, el otoño inestable, con problemas de personalidad, con su cielo a veces gris, a veces ámbar: lo impredecible del clima no daba solución de continuidad a la filmación de un día para otro. Pareciera como si el proyecto se filmara en distintas épocas del año.
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Esta es, definitivamente, la ciudad de Vera. Son sinónimos. Como si fueran indisolubles. Recorrerla desesperadamente como si cada cuerpo fuera una playa interminable. Como si tuvieran ordenadas las calles en sus dedos. Sus labios del pasado eran calles perdidas.
Cada época es un viaje dictado por una ciudad. Y se vive intensamente hasta que uno abandona a quien fuera y el pasado poco a poco se vuelve un souvenir.
La ciudad que ya no somos.
Vera había dejado de habitar su propia ciudad. No sé dónde había estado todo este tiempo. Se hizo nómade, al parecer. Humo. Consultora de comunicaciones, una persona no atada a algún código postal.
Desde que la volviera a ver, no he encontrado las palabras para preguntarle por todo el tiempo en que perdimos contacto. ¿Qué había hecho en ese periodo? ¿Por qué decidió volver a contactarme?
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Los tugurios arruinados mostraban extrañamente un halo de dignidad. Por primera vez, pude entrar en uno de ellos. Pese a su aspecto ruinoso, con pintura vencida por el sol y muros a punto de derrumbarse, no eran como los había imaginado.
En un viejo solar de la periferia, escuché ruidos que no supe descifrar. Las casas crujían. Quise quedarme un par de horas para averiguar más sobre esos ruidos. Quise comprenderlos. Algunos eran golpes secos y de eco profundo. Otros, dispersos y duraderos, como los de una marea interna, los de una cañería que nadie sabe dónde comienza ni termina. Habiendo invertido valioso tiempo de trabajo, no me fue posible saber más.
Las grabaciones de aquellos ruidos son para mí residuos, material que no entrará en el corte final. Sin embargo, aún no tomo tal decisión. En su devenir, hay algo revelador, evocador de un pasado que no termina de irse.
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—Ahora vamos a hacer unas tomas de apoyo por acá…
Hoy he encontrado un camino sin salida y me ha parecido bello de una forma única. Una pequeña calle desemboca en una casa en una especie de óvalo. Una falla en el sistema. Lo hermoso de los laberintos. No había pensado en la ciudad y sus sinsentidos.
Una ciudad fantasmal.
Desde ese momento, decidí que, al menos un par de veces, la cámara transitara sin rumbo preconcebido.
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El corte. La parte más importante es la que queda fuera. Era la historia de ambos en esa ciudad y solo la estaba maquillando como un documental.
Es más, tal vez solo es la historia de ella, que me mostró, de forma inconsciente y caótica, su versión de la ciudad.
En un momento de desesperación, sentí que mi trabajo era un homenaje a ella. No podía aceptar esa idea.
Alguna vez, cuando estábamos juntos, filmé sus huellas en la playa. Al filmar, iba montando mis huellas al costado de las suyas, como si hubiéramos caminado juntos.