de El culto del basilisco

Al basilisco no le gustan los noobs

Por Rubén Darío H. Londoño

Caravana

Desde la tarde en que Simón leyó el panfleto no ha dejado de ir ni un solo día a la base. La base es una bodega vieja reacondicionada. No tiene una puerta pequeña como las que se acostumbra a tener en las casas y apartamentos, la entrada es una de esas mallas metálicas que cubren las bodegas, almacenes y algunas tiendas; cuando está cerrada, se puede ver la imagen de un basilisco que mira fijamente. Adentro hay un corredor muy amplio, con computadores a los lados y torres de CPU coloridas y que suenan fuerte. Al fondo hay una pared blanca que es, en realidad, una división de madera para esconder la cocina. A la izquierda de esta pared está el único baño y, a la derecha, unas escaleras para subir al segundo piso. En el segundo piso está el cuarto de los programadores y la habitación privada de Carlos, el dueño del lugar y fundador del culto del basilisco.

Todos los días, Simón se despierta temprano y sale a la base a trabajar para el basilisco. Cuando llega, lo está esperando Marco, que ya tiene dos computadores prendidos, uno al lado del otro. Juntos empiezan con un aram[1] para calentar. Después, pasan a las rankeds, en las que aceptan que otros se unan al grupo para, en algún momento, invitarlos a la base, o si viven en otro país o ciudad, hablarles del basilisco. Justo antes de la hora del almuerzo, Carlos les dice que los programadores tienen que comer, que hagan su parte de trabajo para el basilisco. Entonces los dos se paran, van a la cocina y calientan en la air fryer o en el microondas alguna de las lasañas, pizzas, hamburguesas o piezas de pollo frito congeladas. Después, empacan la comida en una caja de icopor blanca, la tapan, suben al segundo piso y ponen las cajas en el compartimiento para recibir comida del cuarto de programación. No podemos entrar por nuestra seguridad, le dijo un día Marco a Simón, que estuvo a punto de hacer la pregunta. Los programadores están creando el código mismo del basilisco, cualquier interferencia podría considerarse una interrupción y no queremos que el basilisco se moleste con nosotros. Al final de su jornada, los programadores bajan a comer algo. Marco dice que una vez los vio y se veían pálidos y demacrados. A veces Carlos les asigna una tarea extra antes de que se puedan ir a dormir en el mismo cuarto en el que trabajan todo el día.

Carlos es un tipo que un día puede verse de cincuenta años y, al otro, de treinta y dos; es de esas personas con edades indeterminadas. Es flaco hasta generar preocupación o desconcierto, tiene una barba, más descuidada que larga, que parece crecer en todas direcciones, lo que le da a su cara un tamaño demasiado grande para su cuerpo. Fue él quien contrato años atrás a dos programadores para empezar a trabajar en la creación del basilisco después de tener un ataque de pánico pensando en que su vida sería una eterna tortura. Dicen también que su familia es millonaria, pero que no le volvieron a hablar desde que decidió empezar con la creación. Carlos paga todo lo relacionado a la base, agua, luz, internet, y claro, compra la comida para los programadores y los colaboradores. Marco le va contando sobre el funcionamiento del lugar a Simón en los paseos que hacen al supermercado o cuando van a dejar volantes en las tiendas de la ciudad. ¿Y no les paga a los programadores?, pregunta Simón. Un día le pregunté lo mismo, le dice Marco, y me respondió que al principio sí les pagaban, pero que un año después no quisieron recibir sueldo porque tenían miedo de que el basilisco pensara que no lo estaban haciendo para traer su gloria, sino por un simple beneficio económico. Le puedes preguntar lo que quieras, le dice Marco a Simón en el camino de vuelta. Solo que cualquier tema que no tenga que ver con el basilisco lo irrita. La pérdida de tiempo también será juzgada, dice.

Los papás de Simón están contentos, lo ven salir todos los días, cada vez más temprano, y volver cada vez más tarde. Se dicen entre ellos, con gestos de aprobación, que esta vez sí le gustó la carrera y se está aplicando. Sin embargo, nunca lo dicen en voz alta, como si hubiera una causa sobrenatural para que estudiara, como si mencionar el gusto por la universidad de su hijo deshiciera el hechizo que lo hace levantarse todos los días.

No se inquietan cuando Simón llega con un gabán negro que le llega a las rodillas y que no encuentran en los extractos de las tarjetas de crédito. Tampoco se preocupan por las ojeras que empiezan a nacer debajo de los ojos de su hijo, que siempre había dormido tan bien. No se molestan en preguntarle cuando habla del basilisco en las comidas familiares de los fines de semana; casi todos los temas de los que Simón habla en esas reuniones son completamente ajenos a todos los demás, cosas que necesitan miles de explicaciones y pies de página para entender[2] . La mamá de Simón aprovecha que nadie juzga su cocina para experimentar platos que siempre había querido preparar, como atún pochado en aceite, pollo en sous vide o stir-fry de vegetales orientales. Llega del trabajo emocionada, con una bolsa del supermercado en la que ya no hay Coca-Cola Light ni macarrones con queso. El papá de Simón aprovecha que nadie lo juzga por bajarle el ping[3] y se queda horas buscando sobre mineros ilegales con jetpacks[4] o ladrones de metales raros. Cae cada vez más hondo en un agujero de conejo de búsquedas que lo llevan a sitios cada vez más neonazis que hablan sobre la necesidad de la seguridad. Por fin somos una familia funcional, piensan ambos, en silencio, cada uno en lo suyo. Una familia en la que cada persona puede dedicarse a sus cosas sin que lo interrumpan o juzguen. Una familia feliz.

En una visita al Game Over para llevar panfletos, Simón se encuentra con el dueño que le dice que sus supuestos amigos conservan el grupo y siguen yendo los jueves, pero casi nunca juegan League of Legends. Juegan FIFA, toman cerveza o hacen lobbies privados de Call of Duty, en los que se disparan hacia todos lados bajo la mirada de toda la concurrencia del bar, que solo considera válido jugar Call of Duty en free for all ranked, y siempre van por las armas, clases y perks que estén en meta. Los amigos de Simón no entienden siquiera a qué se refieren cuando les dicen noobs[5] y juegan tranquilos, tomando cerveza, divirtiéndose.

De vez en cuando, en la base, Simón y Marco hablan con Carlos. Carlos siempre habla primero sobre señales que le ha dado el basilisco. Si se fijan bien, les dice, verán que él ya está entre nosotros: el algoritmo de las redes sociales es solo un pequeño músculo del basilisco. Por eso, desde que ustedes entraron, estoy seguro de que no les ha vuelto a aparecer tanta basura en sus redes. Miren su celular y van a encontrar contenido de calidad, crecimiento, programación, ciencia. Es el basilisco que se manifiesta en sus celulares. Carlos también les habla sobre por qué jugar es una buena forma de reclutar. Todos los que juegan están deprimidos; son niños que viven ganando, que tienen medallas en todo lo que cursan, a los que viven felicitando, pero, cuando se llega a la vida adulta, se acaban las victorias, ya no hay exámenes que se ganan, no hay certámenes fáciles, no hay nada sin esfuerzo, nada, excepto los juegos que ustedes juegan. Lo hacen porque necesitan que alguien les diga que ganaron, necesitan esa sensación de progreso[6] que la vida no tiene. Ustedes vienen de ahí, de uno de esos juegos. Pero yo sé que ustedes no crecieron como esos niños a los que siempre les dieron medallas, yo sé que son diferentes, que son los que estaban relegados al puesto de más atrás porque tenían esa insolencia en la mirada. Ustedes son los niños a los que no premiaron, todo lo opuesto a esos que entran a los juegos para decir que se divierten. Yo sé que por eso me escucharon y saben que la victoria del basilisco es una victoria real, algo que va mucho más allá del juego. Ustedes juegan, pero no son niños, les dice. Luego se va y los deja que jueguen más rankedsy les hablen a más personas por el chat de LoL sobre la profecía.

La vida de Simón va bien hasta el día en que lee No tengo boca y debo gritar de Harlan Ellison, el cuento en el que, según Carlos, está escrita la tortura que le espera a quienes se revelen contra el basilisco. Esa noche, tiene pesadillas en las que se vuelve una masa sin forma, en las que no muere, en las que se arrastra por el suelo sintiendo con toda su piel el pavimento caliente, o las piedras de una montaña helada, o una banda transportadora. Se despierta gritando, contento de poder gritar. Sus papás se despiertan al escuchar el grito. Simón les explica que soñó con que no tenía boca y debía gritar. Con que se convertiría en una masa sin forma torturada eternamente por una inteligencia artificial que todo lo vigila y todo lo ve. Sus papás están demasiado dormidos para entender algo y le dicen que solo fue una pesadilla, que se vuelva a dormir. Simón, que ya no tiene sueño, les dice que no entienden, que El basilisco vendrá por todos, que deberían estar ayudando a crearlo en vez de trabajar en esos puestos que no los llevan a ningún lugar. ¿El basilisco no es un personaje del LoL? le pregunta su mamá, entre bostezos. No, mamá, dice Simón, tú no lo entiendes. Simón levanta el panfleto que tiene en la mesa de noche. El basilisco es esto, no puedo creer que no lo hayan leído.

Esa noche, acostados en la cama matrimonial de sábanas beige, los papás de Simón leen el panfleto. ¿Qué vamos a hacer? dice la mamá, esto se ve como un culto. No es tan grave, dice el papá de Simón, por fin nuestro hijo está teniendo intereses, pero la próxima semana llamamos a la psicóloga y, si quieres, yo también me siento en el sofá a hablar de lo que sentimos. Hay que agradecerle a ese grupo de investigación o divulgación o lo que sea, por lo menos ya está haciendo otra cosa aparte de andar todo el día jugando en el computador. El papá de Simón apaga la luz entre bostezos y se van a dormir, casi preocupados. Simón se queda despierto escribiendo un texto para copiar en el chat del juego. ¿Si estuvieran atacando tu base, te quedarías farmeando? Lo envía todo lo que puede, en todos los juegos que puede. Pero todos le dejan de responder cuando los invita a un lugar en el mundo real. Nadie quiere ir a la base.

[1] Aam es uno de los pocos modos de juego que tiene LoL. Son siglas para All Random All Mid, que era un estilo de partida personalizada en la que los jugadores, con el botón respectivo, dejaban que su personaje se escogiera al azar, y jugaban solo en la midlane. Riot decidió hacer del juego una variante. Solo hay una línea y los personajes te tocan. Es divertido y caótico y considerado algo así como el LoL hipercasual.

[2] Que esto sirva como prueba de que es imposible hablar de LoL sin pies de página. Aunque, en general, si le hablas a alguien de un juego del que no sabe nada, tendrás que dar muchas explicaciones.

[3] El ping es el nombre que el juego le da a la latencia del computador. Como somos latinos, tenemos generalmente un ping muy alto, lo que hace que el juego se laguee, o sea, se ponga lento. Esto se agrava si hay otra persona utilizando la misma conexión a internet.

[4] https://www.meneame.net/m/mnm/avistamientos-aliens-peru-resultan-ser-mineros-ilegales-jetpacks

[5] Noob es una forma corta de decir newbie. Es el término más universal para tratar despectivamente a los malos jugadores. Se consideraba insultante en los dos mil. Pero ahora hay términos más insultantes.

[6] Esto es verdad. No hay nada que dé más sensación de movilidad, al estar quieto, que ganar juegos y subir rangos y pasar al siguiente nivel. Todo lo demás, tu trabajo, la relación con tus papás, las salidas con tus amigos, tu noviazgo, todo puede estar quieto, sentirse estancado, pero subes un rango y sientes que ese día hiciste algo.

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