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“Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento” es la tercera acepción de “fracaso” en ese diccionario de los secuestradores del español llamados RAE. Esta definición ilustra una idea de fracaso a la que, creo, se puede aspirar. Porque al fracaso se le puede temer, pero, al ser de esas cosas inevitables, más vale mirarlo como algo que puede hacerse con cierta gracia, con estrépito o causando un rompimiento.

Los fracasos más famosos tienen esta particularidad de ser ruidosos de una forma u otra. Se cita siempre a John Kennedy Toole que fracasó con La conjura de los necios, un libro en el que todavía se puede escuchar tanto el estrépito que condujo al suicidio a un escritor fracasado como el de aquellos que no leyeron el manuscrito y fracasaron en publicar una obra de culto. También se citan entre los fracasos famosos a The Room, una película que logró fracasar hasta convertirse en un clásico de culto. Fracasar, sin embargo, de una forma tan antológica, tan especial, requiere de algo que todavía no logro identificar. Fracasar así es una especie de virtud contraria a la suerte. Parece requerir una versión del talento que se cultiva de una forma distinta. Fracasar con espectacularidad, como fallar a propósito un examen estandarizado, es algo imposible mientras no alcancemos algún sueño tecnocrático de ser cyborgs programados para fracasar.

El mayor fracaso al que podemos aspirar nosotros, a quienes nos prometieron que se iba a acabar la historia, es fracasar a medias.

Ya hubo un hombre que intentó suicidarse. Se tomó una cantidad mortal de pastillas, se bañó en gasolina, se prendió fuego y se colgó de una soga en un puente sobre el Sena. Como era precavido, llevó, además, una pistola. Al disparar, sin embargo, rompió la soga. Al caer, apagó el fuego. Al tragar agua, escupió las pastillas. Y fracasó, aunque gracias a las maravillas de la modernidad, murió de hipotermia en una ambulancia.

Para continuar con la línea del robo que cruza este manual, podría poner como ejemplo a un ladrón que entró a una casa para robar unas medallas de oro. Al fijarse bien, se dio cuenta de que las medallas habían sido obtenidas por los dueños de la casa en un campeonato de tiro. Cuando los dueños volvieron, lo dejaron correr un poco antes de dispararle en las piernas. No podemos fracasar así de bien. Después de él, todo el que intente superarlo será admirado por su esfuerzo.

A nosotros nos queda el fracaso mediano: el intento. El autodenominarse artista fracasado, unirse a la facción trabajadora de la clase creativa, dejar de escribir para hacer contenido y dejar de pensar en novelas para pensar en campañas. Fracasar como escritor, pero ganar bien. Pensar que, si se gana bien, se tendrá tiempo para escribir, pero estar tan cansado que no queden ánimos para fracasar. Eso es a lo que podemos aspirar ahora. Eso o tener suficiente suerte como para hacerlo tan mal que un editor nos envíe un correo larguísimo describiendo lo horrorizado que está, publicar pantallazos de ese correo y recibir el interés de la gente al hacerse viral. Ser publicado como “probablemente la peor novela del año”. También, claro, existe la posibilidad de hacerlo tan bien que simplemente te publiquen. Pero al lado de tener una novela de la que mucha gente habló desde antes de que saliera, una publicación sencilla es algo menos espectacular que un fracaso estrepitoso.

 

Plantar el fracaso

No sé exactamente cómo se llega a fracasar, pero sí tengo una intuición de que el fracaso es algo que se alcanza. No quiero ser ese tipo de persona que invoca una frase hecha para probar un punto, pero hay una razón para que digan que algo estaba destinado a fracasar. Para que lo que hagas esté de verdad destinado a fracasar, necesitas empujarlo al fracaso, así como, para dejar caer un objeto y ver cómo se quiebra, necesitas separarlo lo suficiente del suelo.

Puedes empeñarte en que tu novela fracase intentando escribir toda una parte siguiendo alguna restricción oulipista, demasiado experimental para ser interesante si no se tiene en cuenta el experimento. Puedes condenarte al fracaso intentando escribir como primera novela la novela por la que quisieras que te recordaran. Puedes condenarte a fracasar escribiendo más sobre cómo escribir que escribiendo. O intentando encontrar todos los referentes escritos sobre novelas de robos. O leyendo novelas de autoficción para cultivar el odio contra el género y poder, por fin, escribir una novela que esté de verdad en contra de la autoficción, que le haga una competencia. Puedes también fracasar si te quedas años escribiendo el universo de tu novela, la historia de tus personajes, el pasado de los lugares en donde van a estar. Puedes llenarte de universo y perder la historia que querías contar. Puedes fracasar de muchas y muy variadas formas, y vale la pena que, después de llevar una buena parte de tu novela, te preguntes si podría fracasar.

Es importante apuntarle a algo, intentar fracasar de alguna forma. Si no, estarás escribiendo por escribir: no tendrás un punto de llegada aunque tengas un final. No digo que escribir por escribir sea malo, solo digo que cuando escribes para avanzar la trama es posible que lo que escribas quede blando. Sospecho que el estilo tiene que ver con una serie de intentos que se hace cada persona para lograr dos cosas: contar e interesar a la persona que lee con lo que cuentas, o describir algo para que esa persona quiera verlo. Aunque se suela fallar en una, no importa, siempre y cuando se consiga la otra.

Fíjate un punto en el que valga la pena fallar. Así, después de leer y probar esto, podrás alardear de que aprendiste a robar libros de un estante, desarrollaste tu propio método de escritura, dejaste una novela casi terminada e intentaste escribir un capítulo entero en que la perspectiva era la de una cortina, y su forma de percibir la luz y el sonido equivalía al uso de las consonantes. Las personas que te escuchen se preguntarán cómo es que fracasaste con un experimento tan extraño y te pedirán que se lo muestres.

Fracasa, no de forma motivacional, pero fracasa con algo. En caso de que no fracases, tendrás una novela en la que solo pasa lo que está escrito, una novela que se sentirá sumarial, anecdótica. Ponerte un punto para fracasar puede ser una buena forma de negociar esas partes de la novela de las que todavía no estás seguro. Ese punto en la página treinta que escribiste porque necesitabas crear un conflicto que se resuelve en la página cincuenta podría fracasar de forma espectacular si, además de ser solo desarrollo para plantar el conflicto, está escrito solo describiendo los movimientos de la boca de tus personajes.

La edición es el territorio del fracaso. La parte en la que pruebas cada parte de tu novela. El momento en que debes decidir que hay cosas que nadie más que tú debería leer más de una vez. La parte del fracaso que te hace pensar. ¿Por qué se me ocurrió que revivir ese momento en el colegio era una buena idea? ¿Cómo se me ocurrió contar una escena de asesinato rimando? ¿Por qué quiero contar una historia de vampiros en un universo en el que probablemente existan los libros de Crepúsculo? En la edición, debes decidir qué puede funcionar, qué puede fracasar y qué tiene potencial de fracasar de formas espectaculares. Es la parte en la que muchas personas deciden rendirse.

En la edición, debes decidir tus fracasos.

 

¿Cuándo es fracaso?

Hay algo que debes tener en cuenta. Y es que no sé quién, o si fuimos todos, pero logramos convertir al fracaso en algo que no se puede reclamar gratis. Es decir, si no has empezado a escribir una novela, no puedes haber fracasado. No puedes haber fracasado si no llevas, por lo menos, la mitad. Esto, que suena como un discurso motivacional barato, es más bien una realidad cruel del fracaso. Necesitas intentarlo de verdad. Si no, todos seríamos grandes héroes con hazañas en las que fracasamos. No puedes fracasar en escalar el Everest hasta que no mueras congelado en algún punto. No puedes fracasar en salvar la vida de otra persona cuando ni siquiera estuviste ahí mientras convalecía. No puedes fracasar sin intentarlo. Yo, por ejemplo, intenté decir que no es posible fracasar sin intentarlo y que no sonara a discurso motivacional, pero estoy fracasando.

No puedes fracasar si solo se te ocurren cosas. Puedes fracasar si tienes unas sesenta páginas de universo que no logras hacer andar. O puedes fracasar si, al robarte el libro del estante, te descubren. No puedes fracasar, sin embargo, contando tu vida. Total, es tu vida. La forma en la que la cuentes es algo en lo que te podrá ir mejor o peor. Pero contar tu vida es la apuesta más segura para tener la mitad asegurada. O eso parece hasta que fracasas en la otra mitad y, entonces, en retrospectiva, pensarás que fracasaste viviendo tu vida hasta el punto en el que decidiste contarla. Comenzarás a contemplar la idea de que el fracaso en la vida es como el gato de Schrödinger, está y no está, hasta que decides escribir. Y, en ese momento, las posibilidades colapsan. Es una cosa o la otra. En este punto tendrías que considerar, mientras editas la  novela sobre tu vida, que la otra opción sería peor. Que tener éxito contando tu vida agotará un recurso que no puedes reutilizar, hará que tengas que contar cada vez menos o que tengas cada vez menos que contar. Hará que las posibilidades de que fracases con un segundo libro sean más altas. Y el fracaso al primer libro está bien porque te sales de la carrera y no vuelves a pensar en el mundo editorial. O, por lo menos, eso espero. Pero el fracaso al segundo libro te dejará una puerta entreabierta, una posibilidad. El fracaso de Schrödinger volverá a su caja. Estarás fracasando y, a la vez no, hasta que vuelvas a escribir otra cosa. Pero solo tienes una vida y no puedes volverla a empezar para contar algo mejor.

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