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Cómo convencer a los demás (y a ti mismo) de que sabes escribir

Lo peor de escribir no es que vivir de eso sea casi imposible. Lo peor de escribir es que el material con el que se trabaja y la forma de usar este material es algo con lo que todo el mundo está relacionado. Es decir, lo peor de escribir es que estás haciendo algo que, como todo el mundo puede hacer, y hace, todo el mundo puede juzgar, y juzga.

Tengo un ejemplo personal con el que cualquiera que trabaje en publicidad o afines podría identificarse. Si un cliente te corrige un texto, esa corrección pesa más que cualquier cosa. Puedes citar a la RAE, invocar a institutos de lingüística o mostrar las respuestas de Fundéu, pero la corrección del cliente siempre será la versión final.

¿Cómo distinguimos, entonces, entre escritura mala y buena? No lo sabemos. Es decir, el último premio de Poesía de Espasa era tan mal poeta que, por un par de días, muchas personas pensaron que era un bot. No es tan descabellado como suena. Es probable que, en el futuro, el ganador de un premio de poesía o narrativa sea un bot. Es posible, incluso, que seas tú quien diseñe, programe o entrene a ese bot.

No podemos saber qué escritura es buena o mala y, tengo mejores noticias, tampoco podemos saber qué vende o qué no. Mirar las novedades más vendidas puede darte la intuición de que lo que vende son los ensayos sobre los peligros del totalitarismo o los ensayos que cuentan toda la historia de la humanidad desde los inicios hasta el posible futuro que tendremos, o las novelas que cuentan la vida de una mujer inglesa o la vida de un sueco que está pasando por un divorcio. Mirar las novedades puede darte la intuición de que todo está entre la explicación general del mundo y la explicación pormenorizada de un mundo específico y propio de autores sumamente auténticos que se exponen sin ocultar nada. Sin embargo, si escribes tu vida, es muy probable que tampoco vaya a vender. Tal vez, el mejor argumento que pueda hacerse en contra de la autoficción es este: de tener éxito y ser publicado, un libro autoficcional funcionará como un caballito de madera en una carrera para ver qué vida es más interesante, qué vida vende más. Al final, todo se volverá personal y dolerá. ¿Cómo vas a tener el tiempo de un sueco para explicar pormenorizadamente un desayuno? ¿Cómo vas a conocer las palabras que se usaban en la adolescencia de un vasco para nombrar la cerveza? ¿Cómo vas a hacer para que tu vida sea más interesante y venda más que la vida de ese francés que acaba de ir a juicio por delatar que su papá era el amante de un miembro de la corona inglesa? A fin de cuentas, el mejor argumento contra la autoficción es que terminará por empeorar tu vida. Si hiciéramos terapia para luego competir en una especie de mercado de quién está más sano, la terapia no existiría.

Como ya te habrás dado cuenta, esto constituye, en realidad, una crítica a la autoficción disfrazada de how to. Y, como sospecharás, criticar a la autoficción es una de las formas que propongo para convencer a los demás de que estás escribiendo o de que sabes escribir o, por lo menos, de que has leído algo o estás enterado de lo que pasa en el mundo editorial.

En este punto, estoy asumiendo que ya tienes un inicio y la idea de un método, o que te robaste algún método y tomaste alguno de los inicios con los que empecé esto y no tendrán continuidad alguna. Si es así y has seguido escribiendo, tu novela ya debería tener por lo menos diez páginas. Y de esas diez páginas, por lo menos, podrías decir una cosa o dos en alguna reunión con menos de seis personas en una casa. Podrías decir, de darse el caso, que tu novela se trata de la confesión de un tipo que mata a su papá e intenta convencer al mundo de que, en realidad, no fue su culpa, sino la culpa del mercado editorial que lo hizo llevar su vida a límites que no sospechaba para que fuera lo suficientemente interesante como para vender. También podrías decir que estás escribiendo una novela distópica en la que el mundo llega a un punto de calentamiento global que hace imposible para las personas caminar afuera y unos biohackers inventan una especie de vacuna que hace posible salir, pero solo en la noche, y cuyo inesperado efecto secundario es la inmortalidad (y, para efectos cómicos, la intolerancia al ajo), con lo cual se originan los vampiros. O podrías decir que estás escribiendo sobre tu familia y, luego, no hablar más porque sería incómodo contarle al amigo de tu amiga, esa persona que apenas conoces, algo personal sobre tu tío.

Lo importante de que hables sobre lo que estás escribiendo no es que hablar de eso tenga algún poder de tipo motivacional como “si dices que escribes, ya estás escribiendo”, sino que hablar de lo que estás escribiendo te servirá para saber qué tipo de feedback podría tener el libro que escribas. Además, siempre hay alguien que, al escuchar lo que estás escribiendo, dice “ah, como _____”, lo que aumenta la bibliografía que necesitas para escribir. Así, por ejemplo, si ves que tus amigos se interesan en la historia del tipo que mata a su papá (después de que la comparen por alguna razón con El extranjero), podrías contar lo que pasa en el medio o en un punto en dónde no sepas cómo seguir. Según sus reacciones, sabrás si es más útil hacer de tu personaje un autor frustrado o un autor de éxito que se queda sin nada para contar después de haber vaciado su vida en libros.

Eso sí, si dices que estás escribiendo algo, corres el riesgo de que luego te pregunten cómo va eso que estás escribiendo.

 

Apasionantes debates sobre literatura (o sobre eso que escribes)

Otra forma de saber si estás escribiendo algo que es posible que le interese a alguien es afilar tus opiniones sobre ese asunto y hablarlo cuando tengas oportunidad. Es una especie de A-B testing de temas. Intenta buscar una opinión que, al menos, tú nunca hayas escuchado sobre los temas que vas a tratar en tu libro. Piensa en algo que nunca se haya dicho sobre los vampiros, propón un insight sobre el parricidio, mejora tu defensa a favor de la literatura del yo como gran democratizadora de las voces que no se habían escuchado antes.

Si puedes darte el lujo de que escribir sea tu única obligación, divide tu día en dos: escribir y pensar en qué escribir. Si estás en el bando menos privilegiado y mucho más común, el de quienes tenemos que dividir el día en muchas partes, y una muy pequeña de ellas es escribir, intenta que todo lo demás que haces te permita pensar, cuando menos, un poco en el tema sobre el que quieres escribir. ¿Por qué en el tema y no mejor en la trama? Porque, para pensar en la trama, es mejor estar concentrado; para pensar en el tema, solo tienes que estar pensando.

Si, además, quieres pasar lo que piensas a otro tipo de texto, intenta publicarlo aparte. Ya sé que suena como que estoy proponiendo pensar mucho para que nada de eso que se piensa quede en la novela, pero, tal vez, funcione. Como vivimos en la era de la opinión, las opiniones son lo que más se publica. A diario, miles de blogs, diarios pequeños y grandes periódicos publican millones de opiniones. Intentar que una de esas millones de opiniones sea la tuya podría ser más útil que expresar esa opinión en tu novela, sobre todo, si el tema es de cierta forma relevante. Si en el camino a escribir una novela puedes escribir suficientes opiniones para hacerte cierto nombre o base de seguidores, es posible que sea más fácil conseguir que te publiquen después de que la novela esté escrita y corregida.

Esto, claro, no tengo cómo probarlo. Yo soy un desconocido al que no le han publicado ninguna de sus opiniones en ninguna parte, aunque debo reconocer que no lo he intentado lo suficiente, porque me parece que mis opiniones sobre la autoficción, los spoilers y el rechazo editorial no deben interesar a demasiada gente.

Ahora que lo pienso, y lo pienso justo en este párrafo, hay otra razón para que escribas lo que opinas. Si no lo escribes, esa opinión contaminará todo lo que escribes. Surgirá, incluso, cuando intentes opinar sobre otra cosa. Se verá hasta en las descripciones de lo que haces. Si no escribes lo que opinas, si no lo discutes con nadie, entonces, tendrás una opinión que te indigestará y necesitarás sacar. Es posible que termines escribiendo sobre cómo escribir una novela y, en el transcurso, hables menos de cómo escribir que de lo mucho que odias la autoficción.

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