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Me he guardado lo mejor para el final. Y es que, aunque nos traten de hacer creer lo contrario, el final es mucho más importante que el inicio. Es al final cuando se negocia lo más importante: si alguien recordará lo que has escrito.

Un buen ejemplo es el final de Game of Thrones, la serie inspirada en los libros de la saga Canción de hielo y fuego, de George R. R. Martin. Durante ocho temporadas, no había hecho más que batir récords e incrementar su audiencia, al punto de que varios la consideraban “la mejor serie de todos los tiempos”. Todo eso se desvaneció en la temporada final, tal vez como una advertencia para que George R. R. Martin nunca termine de escribir los libros que faltan, si es que van a terminar tan mal.

Lo que quiero decir es que no se trata de lo bien que se haga algo, sino de lo bien que se cierra. Game of Thrones terminó por lograr algo que nadie esperaba y fue borrar todo lo que había conseguido. Podría decirse, incluso, que logró borrar su legado. Terminó tan mal que es preferible olvidarla.

Calamaro decía que “todo lo que termina, termina mal”. Es obvio que se refería a las relaciones amorosas, pero esa sentencia podría aplicarse a otros ámbitos. Una de las opciones que tenía Game of Thrones para mantenerse relevante era hacer otras ocho temporadas y, después, cuando todos pensáramos que se acercara el final, continuar con más temporadas hasta aburrirnos. Podía extender su historia con el único objetivo de jamás terminarla. Es lo que hace Star Wars; es lo que plantea Marvel; es lo que hacen, actualmente, todas las series que tienen éxito. Proyectarse hacia el infinito para evitar el síndrome Game of Thrones. Y seguro hubo antes otra serie que también fue olvidada por terminar mal, pero, para probar mi punto, los reto a que la recuerden y me digan cuál fue.

Ahora es momento de dejar de hablar de series y decir que este es el mismo mecanismo de la autoficción. La táctica del final abierto viene dada en lo que se escribe sobre uno mismo, porque, al estar escribiéndolo, se sobreentiende que sigues con vida y, mientras sigas con vida, no se habrá acabado la historia. Sí, sí, sé que ya se ve como un odio sin sentido a la autoficción, pero piensa en esto del final. Piensa en algo que se haya acabado muy bien: una novela que tiene un final tan bueno que sientes que no puede seguir, que todo funcionó. Un final como el final de Breaking Bad. Un final como el de Seda, de Alessandro Baricco. Es al final donde se negocia el recuerdo y la autoficción, al ser en realidad un mecanismo de ascenso social para quien lo escribe (véase la primera parte  de este seudomanual), no puede tener un final tan definitivo. Después de todo, estás hablando de ti y, luego de dejar de escribir, sigues vivo.

Al acercarme al final de esta serie de texticos sobre cómo escribir una novela, anhelo que sea lo último que escriba sobre cómo escribir. Después de todo, mientras escribo esto parece que me acerco al fracaso definitivo de mi proceso de publicación y estoy cansado de pensar en escribir y de odiar la autoficción. Es un final decepcionante, pero así lo planeé. Porque, al final de un texto que vuelve sobre sí mismo para hablar sobre el fracaso, solo puede haber un fracaso.

 

Explicación innecesaria de mi fracaso

Sé que no viene a cuento, pero, entre el momento en el que empecé a escribir esto y ahora que lo estoy por terminar, me han sucedido inevitablemente un par de cosas y ha avanzado un virus mortal que, al principio, parecía no ser para tanto y ahora es una de las cosas que constituirá este siglo.

Entre el inicio de este texto y este final en desarrollo, he vuelto a mi país luego de fracasar como extranjero que busca trabajo afuera y he recibido otros rechazos editoriales; los más recientes se sienten peor porque son de editoriales nacionales. También he vuelto a la publicidad, lo que se siente como un fracaso porque tenía la esperanza de trabajar de escribir “otras cosas”, y he vuelto a pensar en campañas, escribir manifiestos y corregir presentaciones para la fuerza de ventas de una compañía enorme. He vuelto a la publicidad como muchos publicistas que intentan tener un proyecto literario, como escritor fracasado o en proceso de fracaso. Todo ese fracaso sin mencionar que el desfase temporal de la pandemia y el intento de conseguir trabajo en otro país me hizo reencontrarme con compañeros de trabajo que tenían el mismo cargo que yo y, ahora, compraron casas, motos, y salen en revistas. No es que quiera salir en una revista de publicidad, pero el fracaso es como las cosas malas, nunca viene solo.

Mientras tanto, he estado en un par de talleres literarios y clubes de lectura, y he visto aparecer en Instagram y en otras partes una línea muy curiosa de cursos de escritura creativa. Se trata de cursos específicamente enfocados en la autoficción, algo así como “cómo contar tu vida”. Esto, como todo lo relacionado con la autoficción, me llena de rabia o algo por el estilo. Pero, me parece, además, que va en contra de lo que se espera de la misma autoficción y podría llevarnos a unos cinco años de novelas formalmente similares basadas todas en una identidad muy específica. Si fuera a hacer un augurio, supondría que esto dará paso a que muchos empiecen a emular voces que no les pertenecen y a contar historias que nunca vivieron, reviviendo la ficción a costa de ser suficientemente únicos y tener una voz muy propia.

En el proceso, he sentido que nunca he tenido una voz propia. Que perdí la oportunidad de escribir muy paisa y no me quedé, tampoco, con la opción de escribir lo que vive una persona de otra ciudad en la capital. Tal vez porque ambas cosas me parecen profundamente aburridas. Tal vez debería inventarme una voz específica y muy cargada de identidad, alguien de quien podría decirse que “escribe como si estuviera huyendo, con esa cadencia de las personas que se van de su ciudad y luego, al volver, no encuentran su lugar”. Si algún día se publica mi libro, le pediré a alguien que diga algo como eso.

Si fuera a terminar esto con una recomendación, sería con la recomendación de que no dejes que nadie te diga cómo escribir sobre tu vida. Ni dejes que te digan que no tienes una voz porque escribes muy parecido a. No existe tal cosa como “la voz auténtica de_____”. Todos los que escriben con miles de palabras de su región o país están impostándolas. En vez de tomar un curso sobre cómo escribir tu vida, toma eso que quieres contar e invéntate el resto. Busca una forma específica de hablar de la gente con la que no te relacionabas en la época en la que sucedió y llena tu novela sobre tu vida de esas palabras que se sienten tan locales, pero son tan fáciles de entender por el contexto que nadie las saltará. Luego, si te publican, tendrás el problema de que en tu entrevista tendrás que hablar como escribiste, pero es un sacrificio menor a cambio del elogio contemporáneo más codiciado por tantos escritores, ese de que “escribe como habla”.

 

Lo textil del texto

Dicen que para hacer un gran final debes hacer algo que de cierta forma responda todas las preguntas que dejaste abiertas, que hable de los temas de los que hablaste a lo largo de lo que escribiste, que no deje cabos sueltos. Este es el momento en el que alguien levanta el dedo y dice que existen los finales abiertos.  Pero los finales abiertos no te libran de atar todos los temas sobre los que escribiste y dejar las preguntas resueltas. Los finales abiertos responden todo, pero después abren otra pregunta. Los finales serían la parte del robo en la que huyes. Un mal final es como cuando a alguien lo descubren; se nota que quién escribe está intentando cerrar lo que escribió. Se hace evidente la huida, se puede sentir que no estaba planeado. Un gran final es como un robo que se sigue de una desaparición; todo queda limpio, igual, pero con una diferencia. Un día vi a un youtuber, cuyo nombre no recuerdo, decir algo brillante sobre los finales: “O terminas donde empezaste o en otro lugar”. Sé que suena como una tontería, pero es brillante porque da la pista más fácil para escribir un final: volver al principio. Las primeras páginas de tu novela, el primer párrafo, las primeras dos palabras, pueden ser las palabras que más hayas pensado de todo lo que escribiste. Se podría decir, incluso, que deberían serlo.

Como empecé hablando de que esto pretende enseñarte a escribir una novela, debería volver al principio y hablar de cómo escribir una novela. Pensando en atar, más bien, te invito a que mires lo que tienes escrito, solo que de lejos. No se trata de que hagas zoom out; se trata de que mires lo que escribiste como líneas dramáticas, de que pienses los párrafos como hilos; de que veas, con la suficiente distancia, que tienes un nudo de hilos narrativos, en vez de un tejido. O puede que tengas un solo hilo templado por un par de problemas, que ningún otro hilo cruza o toca. Puede, también, que tengas varios retazos muy cortos, anudados los unos con los otros, intentando parecer un solo hilo. Las posibilidades de lo que has podido hacer escribiendo con una guía bastante pobre sobre cómo escribir son casi infinitas, pero lo importante es que tomes los hilos que tienes y los empieces a tejer en una sola idea narrativa. Que los veas de lejos y su forma tenga sentido, que se sienta que hubo un movimiento en lo que escribiste, ya sea un círculo, en el que empiezas en el mismo lugar en el que terminas, o una figura mucho más compleja.

Si imaginamos lo que he escrito aquí como una serie de hilos, se verá que hay un hilo, el de la autoficción, que se nota, a veces, como una costura de esas que son de colores y se utiliza, a veces, para adornar pantalones. Este hilo, sin embargo, no terminará, lo que podría ser frustrante, pero de eso no vinimos a hablar aquí. El otro hilo es el que se nota, el de la promesa de “cómo escribir una novela”. De este hay varias puntadas, que quedan discontinuas. Hay inicios y metáforas, y menos métodos de los que se pudo sospechar estaban prometidos en el título de este texto. De hecho, una de las metáforas pudo ser, incluso, un hilo entero, el hilo de los robos.

Me habría gustado robar más para escribir esto, pero, si confieso lo que robé, también habré fracasado como ladrón.

Has llegado a la última parada de 

Cómo escribir una novela y fracasar en el intento, un asalto a los manuales de escritura de RUBÉN DARÍO H. LONDOÑO.

Gracias por viajar con CARAVANA.

¡Nos vemos en la ruta!

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