«Yo me he apuntado a clases de pintura. Te paso el enlace y lo hacemos juntas si quieres. También voy a aprovechar para terminar el curso de programación que tengo a medias. ¡Ah! y he comprado levadura para hacer pan, ¡la última que quedaba del supermercado! La gente está como loca; menos mal que ahora son cosas más prácticas, no como el papel higiénico. ¿Tú qué vas a hacer? No me digas. Aprovecha, nena, ahora que no podemos salir a la calle».
Una de mis mejores amigas en un ataque de ansiedad colectiva y compulsiva
Día 42
Mi casa es cárcel
de nueve a seis.
Abro correos,
resuelvo problemas de vital importancia.
Cómo conseguir sacar partido a esta crisis;
e-commerce para exprimir confinados
que sigan llenando
los pequeños huecos
de aire en sus salones.
Que aprendan a vivir asfixiados.
En las fábricas
las manos trabajan firmes
con el miedo de traer a casa
algo más que un sueldo.
Nadie habla
solo hacen.
Yo
pospongo reuniones conmigo misma
por urgencias de mi jefe.
Mi casa también es jaula
de seis a nueve,
rebotan miedos sin formas concretas,
me ahogo de mentira
y la piel se me araña sin razón aparente.
Mis preocupaciones
siguen esperando un momento.
Vuelvo enseguida, no os vayáis.
Mis paredes son buitres
relamiéndose las gargantas.
Esperan que cierre los ojos,
quieren decirle al resto
que ya estaba muerta cuando llegaron.
En sueños todos me advierten
haberme quedado dormida.
Y vuelven a llegar las nueve.
Y vuelven a llegar las seis.
Día 43
Yo te dije que quería viajar
allá por el principio del otoño
mientras sacábamos mi vida de cajas
para ser la nuestra.
Podíamos estrenar el coche,
enseñarte Granada
o elegir destino con los ojos cerrados.
Que no importaba.
Vi a mis padres a mi edad en nuestros planes.
Vi una pequeña yo que no podemos permitirnos pensar.
Vi un primer viaje al que acompañó un segundo.
Una intención de un tercero.
Y hoy
nos preguntamos si podré
disfrutar de tener miedo de que me trague el cielo
al bañarme en el mar de noche,
despertarme con sal
en la cama,
oler a sardinas a mediodía.
O, siquiera,
bajar las escaleras
de este piso.
Día 45
Quiero llorar
no por sentirme triste.
Solo quiero
que mi lagrimal sucumba
a la función vital
para la que fue creado.
Si este poema fuese visual,
una mano apretaría una mochila escolar
en la que no se cerró bien la botella de agua
y una niña se mojaría de terror.
Mis cavidades se deshinchan.
Ya puedo volver a enyesar las grietas de las paredes.
Día 46
Hay golondrinas,
al menos su canto,
o algo que se parece a él.
He despertado en mi pueblo en medio de Madrid.
Hay sol como para respirar el mar.
Y las algas me molestan desde el balcón.
Hay conversaciones a través de paredes,
agua que salpican niños,
risas en casitas de muñecas
siendo historias.
Hoy me ducharé,
lavaré el pelo,
secaré sin peinar.
Como si me hubiese sumergido para ver si toco el fondo con el pie
sin miedo a no salir.
Dia 47
La definición de un día
es inmutable.
Porción de tiempo fragmentada en horas
que te hacen más
vieja,
arrugada,
tarde.
A veces se aprovechan.
Más experta.
Otras no.
Más sin más.
¿Seguirá “día” teniendo
la misma definición
cuando salgamos?
Día 49
Me dejo dormir.
Me dejo danzar al aire.
Me dejo de peinar y depilar.
Me dejo de acorazar.
Me dejo soñar sin sueño.
Me dejo de pelear conmigo.
Me dejo de sentir culpable.
Me dejo llorar.
Y sonreír por partes desiguales.
Me dejo abrazar.
Me dejo estar.
Hablar dejo me.
Me dejo
aprender a
dejarme.
Día 51
¿Cómo será la calle ahora?
¿Habrá que
reaprender que vestirse
no está completo sin sujetador?
¿A taparse las canas,
a usar tacones,
a que te miren
como una parte más
del mobiliario urbano?
¿Cómo será volver a mentir?
Ojalá los cubrebocas
se traguen con todas las palabras
innecesarias.
Quiero vivir descalza,
que la edad no sea símbolo de fealdad,
no sea símbolo de nada,
que los cuerpos se permitan ser distintos.
La perfección nunca ha existido:
sin embargo, la buscamos.
No quiero volver a caminar mirando al suelo,
esperar tras silencios
a que me abran la puerta,
no poder evitar pasar delante.
¿Cómo será volver a pisar
sin despertar llagas,
sin juicios de género?
Esta calma de puertas adentro
que salga tras las puertas,
que mi intimidad de igualdad
sea la intimidad del mundo
y no quiero desacostumbrarme a ser insumisa.
Que esta peste
se lleve por delante,
más de lo que se está llevando
deje sin aliento
a gargantas que traían más hedor.
¿Cómo será no sentir las miradas
que valiente no acompañe
a andar sola,
que a la coraza se le sume la o y la ene,
asumir que belleza
es tan invento como género,
vivir sin luchar,
oír mi voz sin levantarla?
¿Cómo hago desde esta casa?
Día 52
A las 6 a.m. Margarita García Robayo se ha despertado conmigo.
Ha preparado un té con miel,
me lo ha puesto en la boca del útero
y la he seguido leyendo.
No hay prisas
en que el dolor se calme.
Cuando llegue la hora,
responderé correos con el dolor de mis piernas
en la misma postura fetal
que me vio nacer.
Luego volveré a leer
a todas las mujeres que también dolieron.
La anatomía, la gente
dijeron que su grito no era universal.
Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando, está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra Política de cookies. ACEPTAR