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La ciencia más dura

Las palabras habladas son golpes de aire que se disipan al instante, como burbujas que ascienden y se desvanecen. Pero si están grabadas en piedra, adquieren un aspecto grave, inmutable. En la historia, ejemplos no faltan: el código de Hammurabi, las estelas jeroglíficas egipcias, la piedra de Rosetta. Además de advertir o recordar, encarnan intentos humanos de superar el paso del tiempo. La vida, con sus innumerables formas durante miles de años, también ha dejado sus huellas en el amplio mundo natural: una tela de araña atrapada en ámbar, el fósil de una planta o de un animal, las pisadas o las deyecciones de los dinosaurios. Cuando se descubre que un pedrusco esconde alguna de estas huellas, sube de categoría y se convierte en un guijarro elegido por los dioses, un bocado exquisito para las personas de paladar fino que lo sepan leer. En ocasiones, alcanza la gloria encerrado en una vitrina del Museo Británico. A continuación, hablo sobre cinco casos de esta ciencia en la narración.

 

 

En las montañas de la locura (H.P. Lovecraft, 1936)

Esta novela corta, ambientada en 1930, narra una expedición científica a la Antártida que termina de un modo trágico. Algunos expedicionarios envían por su cuenta comunicados a la prensa, pero, cuando empiezan a suceder hechos inexplicables, estos son “censurados” por el jefe de la misión para no crear alarma. Ya de vuelta, este jefe —que es el geólogo que narra la historia— revela los hechos ocultados para intentar evitar una nueva expedición que está a punto de partir con el mismo destino. La novela comienza en ese punto: «Me veo obligado a hablar, pues los hombres de ciencia se niegan a seguir mi consejo sin saber por qué. Si explico las razones por las que me opongo a esta planeada invasión de la Antártida…».

El primer capítulo contiene muchos datos objetivos sobre la Antártida —lugares, fechas, longitudes y latitudes, distancias—, lo que aumenta la verosimilitud de la obra (en especial, teniendo en cuenta lo que vendrá después). Pronto, los preparativos y el viaje por mar ocupan el cuerpo del relato. Ya en la Antártida, realizan hallazgos sorprendentes, descritos con un léxico especializado sobre periodos geológicos, nombres de rocas y taxonomía de fósiles: «…y Lake, como biólogo, pareció considerarlas…interesantes y desconcertantes…la singular abundancia de fósiles en aquel estrato…de cefalópodos, corales, equinoideos…». Una parte de la expedición se adentra en terreno desconocido: vuela hasta una cordillera de montañas más altas que el Everest, al pie de las cuales encuentran algo totalmente inesperado. El misterio empieza cuando se indica que «…han encontrado un fósil monstruoso…». El biólogo, excitado por el hallazgo, declara: «Supondrá para la biología lo que Einstein ha sido para las matemáticas y la física…». Pero luego ocurren sucesos inexplicables. Y la novela fantástica sustituye a la crónica científica, ya que la ciencia no tiene capacidad para aclarar los hechos que se narran. A partir del capítulo IV, el protagonista comienza a contar la verdad con detalle: «Quizá sea mejor dejarse de remilgos y contarlo de una vez por todas…». Y, hasta el final, se desarrolla la novela fantástica, de terror y suspense. El propio protagonista reconoce sus limitaciones ante los hechos: «…No supe cómo explicar algo semejante […] me sentí extrañamente humillado como geólogo…». Todo ello envuelto en una atmósfera de malignidad y locura creada con maestría por el autor.

Los primeros capítulos mantienen una perspectiva racional, con un punto de vista centrado en lo conocido y con un vocabulario científico, lo que aumenta el contraste con los hechos misteriosos que van apareciendo hasta hacerse dueños de la narración. El estilo cambia a lo largo del texto: de la crónica de una expedición científica se pasa al relato alucinado del jefe de la misión que no consigue explicarse lo que ve. La novela tiene una clara conexión con Las aventuras de Arthur Gordon Pym (1838) de Edgar Allan Poe y también con el libro ficticio Necronomicón, que el autor ideó en sus obras fantásticas.  Las últimas palabras de la novela repiten el grito de la obra de Poe: «¡Tekeli-li, Tekeli-li!».

 

Brummstein (Peter Adolphsen, 2003)

Esta novela corta —menos de cien páginas— narra la historia de una extraña piedra que vibra, desde que es arrancada de una roca en una gruta del Hollöch, en Suiza, hasta su última poseedora, y realiza un arco temporal que cubre todo el siglo XX. La piedra es el centro de la narración y permanece la mayor parte del tiempo en Alemania —sale de Suiza al principio del relato y realiza el recorrido inverso al final—, lo que le permite al autor hablar con naturalidad de distintos episodios de la historia alemana, como el ambiente de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial, la Alemania del este o la reunificación. o más singular del texto es que proporciona explicaciones científicas muy detalladas de los hechos. Con un estilo muy original —el autor se ha documentado bien—, esas notas se sienten gratamente informativas y el texto no resulta árido.

Empieza con «La continua orogénesis de los Alpes…» —un comienzo singular para una novela—, pero engancha. El autor logra despertar curiosidad por los procesos que describe y el lector recibe con apetito esas explicaciones. Después de un par de imágenes sobre las edades de la Tierra —los párrafos iniciales están muy bien escritos—, habla de la tectónica de placas y de la formación del Hollöch (el sistema de grutas): «…las placas adriática y europea convergieron […] un macizo de roca […] ascendió […]. En el interior de ese monte estriado […] el cuarto mayor sistema de grutas del mundo…». Allí, un estudioso —motivado por encontrar una raza subterránea— se interna en la gruta y consigue ese trozo de piedra, una porción de roca muy extraña con su «martillo de geólogo». Doce años después, la persona que la extrajo muere y «la tarea de desmontar la casa recayó en su sobrino», que hereda la piedra. Esta va dando tumbos hasta quedar varada en una maleta extraviada «objetos perdidos de la estación». Es el tiempo de la Segunda Guerra Mundial. De allí, pasa a un orfanato en Alemania del este y llega a Hamburgo, donde se transforma en una obra de arte contemporáneo. De las manos de un coleccionista pasa a un museo, donde una restauradora la acoge: «…no pudo […] apartar de su pensamiento aquella piedra convulsa».

Toda esta peripecia da pie a que el autor se explaye sobre conocimientos paleográficos: «…los sedimentos de millones de años…», espeleológicos: «…los misterios de estalactitas y estalagmitas…», químicos: «…el agua…H2O, recogía dióxido de carbono CO2…», sísmicos: «Que un terremoto es la liberación de las tensiones…», geológicos: «La canonización de la tectónica de placas…», físicos: «…la débil vibración…tenía una frecuencia de 130 herzios…». Aparecen en el lugar oportuno, y están muy imbricados en la trama y entrelazados con varias descripciones (y acciones) en distintos momentos de la Alemania del siglo XX. Un libro singular e interesante, y claramente emparentado con Machine (2006) del mismo autor, que reseño más adelante.

 

Las huellas de la vida (Tracy Chevalier, 2009)

Esta novela histórica está basada en hallazgos que hoy se exhiben en museos. La autora ha construido la trama con dos hilos narrativos que, en capítulos alternos, cuentan un relato común: son las voces —en primera persona— de Mary Anning y Elizabeth Philpot, dos buscadoras de fósiles de  principios del siglo XIX, en Lyme Regis, al sudoeste de Inglaterra. Mary halló los primeros ejemplares de ictiosaurio y plesiosaurio, en una época donde «pocas mujeres se interesaban por los fósiles». La novela combina esa búsqueda en playas rodeadas de acantilados con las vidas de las dos mujeres en la rígida sociedad que les tocó vivir.

La presencia de fósiles —los paisanos de Lyme Regis los llaman «curis», de curiosidades— es una constante en todo el libro: Mary los busca para venderlos mientras que Elizabeth, con más medios económicos, los colecciona. Los nombres de ammonites y belemnites alternan con otros de léxico científico. Un reverendo interpreta de forma literal los versículos del Génesis y concluye: «Dios colocó los fósiles en las rocas cuando las creó para poner a prueba nuestra fe». Suceden hallazgos valiosos y el primer ictiosaurio termina en las vitrinas del Museo Británico. Tras contemplarlo, un personaje declara: «Estos ictiosaurios son uno de los descubrimientos científicos más importantes de la historia». La idea de especies extinguidas ronda por las cabezas de los personajes y sirve para mostrar los prejuicios existentes: «No entiendo por qué Dios iba a querer exterminar lo que ha creado». Pero el barón de Cuvier —autoridad francesa de la paleontología de esa época— la avala: «…cree en la extinción de determinados animales…». Y más adelante otro personaje afirma: «…la teoría de las catástrofes de Cuvier […] no menciona la intervención de Dios…». Mary también ha de luchar contra la ciencia establecida: descubre un ejemplar desconocido con un cuello muy largo (conocido después por plesiosaurio), pero Cuvier duda de que sea real: «…Cuvier […] ha acusado a los Anning de falsificación». La respaldan científicos ingleses y aquel termina aceptándolo, e, incluso, adquiere uno para el Museo de Historia Natural de París. En la popularización de la paleontología, los museos juegan un papel crucial, que queda bien patente en la obra. La autora, en el epílogo, da cuenta de los hechos históricos que contiene la novela: «Las huellas de la vida es una obra de ficción, pero muchas de las personas que figuran en ella existieron realmente y ciertos episodios […] tuvieron lugar de verdad». En resumen, una historia de descubrimientos clave hechos por mujeres, que revolucionó la visión de la historia del mundo y condujo a una mejor comprensión de la misma.

La vida de Mary Anning ha inspirado otros libros en el mundo anglosajón: en la novela histórica La mujer del teniente francés (1969) de John Fowles (adaptada al cine en 1981 en la película del mismo nombre), Mary aparece como uno de los personajes.

 

Machine (Peter Adolphsen, 2006)

De nuevo se trata de una novela corta, realizada con la misma fórmula que la anterior obra del autor: el foco se concentra sobre un objeto inanimado —una gota de gasolina—, y la narración sigue su peripecia en el arco narrativo, lo que permite al autor entrar en tiempos y espacios muy dispares: desde el lejano Eoceno hasta el siglo XX, en el que pasa por la Unión Soviética y termina en Texas. La novela comienza así: «A las 7:59 PM del 23 de junio de 1975, en la South First Street de Austin, Texas…». Mantiene el peculiar estilo de proporcionar descripciones científicas muy detalladas de los hechos que suceden.

Se podría pensar que repite lo realizado en Brummstein, pero no, hay una evolución. El foco central pasa de ser un objeto inerte que no cambia —la piedra zumbadora— a un objeto que sí cambia de estado a lo largo de la obra: originalmente, la gota de gasolina «era el veloz corazón palpitante de un pequeño caballo primitivo», que muere ahogado. Sus restos se convierten en petróleo que es extraído en Utah, es refinado y termina en el motor de un coche. En la obra anterior, ningún personaje adquiere las dimensiones de protagonista. Sin embargo, en esta obra, Jimmy y Clarissa tienen una talla claramente mayor que el resto. Respecto a la voz narradora, ambas novelas están contadas en primera persona; en la obra anterior, el narrador se desvela en el último párrafo y no desempeña ningún papel en el relato mientras que, en esta obra, sí participa en la narración.

Al principio de Machine, el autor explica el Big Bang, con énfasis en la conservación: «…toda la materia ha existido siempre, si bien en distintos estados…»[1]. Y se focaliza en «…nuestra gota […] alcanzó su mayor grado de organización […] durante el Eoceno […] Tras la combustión […] la gota asumió su estado más desestructurado como humo de escape…». En la segunda página, anticipa lo que sucederá al final: «…fue capaz […] de originar una estructura compleja y caótica a un tiempo: el cáncer». Tras dar la taxonomía de la yegua: «…orden de los perisodáctilos, familia de los équidos…», pasa a describir el episodio de su muerte con párrafos de léxico científico. El animal huye de una tormenta: «El corazón […] a trabajar a un ritmo cada vez mayor…»; se toma un descanso: «…limpió sus heridas […] migrar los leucocitos […] a los tejidos…»; pero, finalmente, se ahoga: «…después de que el corazón se detuviera […] la sangre saturada de anhídrido carbónico…» y comienza la descomposición: «…microorganismos […] de sus vías respiratorias […] y […] intestinos…». Y los restos de la yegua se transforman en petróleo para «…el yacimiento de Walker Hollow […] Utah». Ello permite introducir en la trama a Jimmy Nash, operario de la industria petrolífera; describir su historia —proviene de Azerbaiján, en aquel tiempo parte de la Unión Soviética—; y explicar el refinamiento de la gota de petróleo: «…El siguiente paso del refinado…». Aparece Clarissa, una chica joven y medianamente cultivada, a la que «el descubrimiento […] de ADN le pareció la proeza científica del siglo». Es la conductora del coche donde se vierte la gota de gasolina. Jimmy y Clarissa se encuentran, y él le da una dosis de LSD, lo que permite al autor explicar ese compuesto: «…el LSD interacciona con […]  receptores de serotonina…». Poco después, la gota se consume en el motor: «…la bujía desprendió su pequeña chispa e inflamó la gasolina…» y genera un hollín que contamina un oolito, que Clarissa respira al abrir un balcón. ecuerda al personaje del mismo nombre en La señora Dalloway (1925) de Virginia Woolf.

Pinceladas de descripciones científicas, a menudo en tono sarcástico, aparecen en novelas de otros autores. En El desayuno de los campeones (1973) de Kurt Vonnegut, un perro intenta atacar al protagonista y el autor lo cuenta en párrafos que describen las hormonas que se liberan en el cuerpo para aumentar el ritmo cardiaco, disponer alimento para los músculos, proporcionar adrenalina extra y coagulantes por si se produjera alguna herida. Comienza así: «Mi mente envió el mensaje a mi hipotálamo y le dijo que liberase una hormona…». En un episodio del Ulises (1922) de James Joyce, el protagonista se golpea la cabeza y el autor lo describe como «el lóbulo temporal derecho de la cavidad esférica de su cráneo entró en contacto con un sólido ángulo de madera…», con un estilo emparentado con el de esta obra.

 

Parque jurásico (Michael Crichton, 1990)

La idea central de este best seller gira en torno a un parque de atracciones en una isla de Costa Rica, en donde se exhiben dinosaurios vivos. Los han obtenido mediante la clonación del ADN de sus congéneres extinguidos, contenido en la sangre de mosquitos prehistóricos atrapados en ámbar fósil. Esta enorme novedad biotecnológica permite contemplar el proyecto como un gran negocio, generador potencial de mucho dinero. El parque, construido y mantenido en secreto, aún no ha abierto sus puertas. El promotor, que pasa por algunos apuros, invita a tres científicos a visitar el parque. «Deme su opinión», reclama a uno de ellos, tras la promesa de unos honorarios descomunales. Una vez en la isla, la acción se precipita, suceden hechos inesperados y el libro deviene una novela de aventuras.

La ciencia aparece en la introducción: «La biotecnología promete la revolución más grande de la historia humana…» y, en los primeros capítulos, se inician subtramas que insinúan «la presencia de una especie desconocida» en un lugar con «una notable diversidad de hábitats biológicos». El foco de la narración pasa –a través de un flashback– de las excavaciones de fósiles de dinosaurio en las bad lands de Montana (Estados Unidos) al tiempo en que esos animales estaban vivos: «…un gran mar interior […] todo el oeste norteamericano estaba bajo las aguas […] dinosaurios carnívoros merodeaban […] manadas de dinosaurios herbívoros…». Tras ese punto, el lector ha adquirido un importante conocimiento de respaldo sobre esos animales —incluida la escala de tiempo del registro fósil. En la novela, cuando llegan los tres científicos invitados, se encuentran con la gran sorpresa de los dinosaurios: «…los animales que estaban en la bruma eran apatosaurios […]. Herbívoros de América del Norte». Y entramos en la parte con más ciencia de la novela, que incluye reflexiones sobre la paleontología: «…un ejercicio de deducción científica…» y sobre el «…áspero debate…» acerca de la sangre fría o caliente de estos animales. Continúa con un léxico científico: «…alcaloide beta-carbolínico letal…»; presenta a las «plantas como seres vivos»; y llega la gran explicación científica del proyecto, sobre cómo se han obtenido los dinosaurios: «…insectos dentro del ámbar […] que succionaron la sangre […] identificamos el ADN que extraemos […] la cadena corregida de ADN […] lo dejamos crecer…».

Hay elementos de ciencia en los capítulos siguientes, pero la acción principal ya no se concentra en ellos, sino en la actividad de los dinosaurios. Es un reto discutir sus argumentos, ya que el autor estaba bien documentado (aunque hoy se pueda ver algo desactualizado, se publicó seis años antes de la clonación de la oveja Dolly) y hace divulgación. Lo más difícil de creer es que el ADN se haya conservado en un estado aceptable durante ochenta o cien millones de años en insectos atrapados en ámbar fósil (aunque existen proyectos para clonar animales extinguidos más cercanos, como el mamut, a partir de restos congelados).

 

La historia nos enseña que los humanos, a veces, caemos seducidos por motivos imaginarios. Entre las enajenaciones inofensivas, quizá ninguna tan repetida como la que experimentan algunas personas por relacionar símbolos abstractos. Es un extraño juego de reglas intrincadas, con las que se enfrascan en deducciones teóricas sin preocuparse por su aplicación en el mundo. ¿Esas manipulaciones han formado una ciencia? La respuesta, en la próxima entrega.

 


[1] Tiendo a discrepar aquí. En mi opinión, se conserva la suma masa+energía. En las explosiones nucleares que suceden en las estrellas, hay una pequeña parte de masa que se transforma en energía.).

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