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Dinámicas múltiples

Cada niño, a medida que crece, inventa el mundo dentro de sí. Mediante el juego, en esa edad de oro, adquiere una información muy valiosa que le servirá para el resto de su vida: el peso y la textura de los objetos, el alboroto de los sonidos, las ilusiones de la luz… . Algunos terminan fascinados por las relaciones —mágicas y permanentes— que gobiernan ese mundo externo, que parece independiente de su percepción. Así, unos caen subyugados por la danza de los astros en el cosmos; a otros les seducen las vibraciones en el interior del átomo; unos terceros quedan cautivados por las paradojas de la velocidad de la luz, o por los gatos que viven y mueren en un vertiginoso chasquido cuántico. Y continúan toda la vida con esos asuntos suspendidos de su mirada, que se mantiene infantil aunque la piel se arrugue y los párpados se caigan. A veces, estas curiosidades se cuelan en la escritura —un vicio solitario— de textos imaginados. En lo que sigue, comento cinco obras que presentan esa contaminación.

 

 

El siglo de las luces (Alejo Carpentier, 1962)

Esta novela histórica se centra en el devenir de varios personajes en la agitada sociedad colonial francesa de las Antillas, posterior a la Revolución de 1789. Las ideas de la Ilustración, acompañadas de la guillotina, viajan desde la vieja Europa hasta las colonias llenas de esclavos. Víctor Hughes, el protagonista, alcanza el poder (es nombrado comisario de la Convención Nacional, una especie de gobernador general), y, en ese proceso, surgen abundantes contradicciones entre la teoría de las ideas y la práctica de la autoridad que forman el núcleo de la novela.

La historia comienza con tres adolescentes recluidos en la propiedad familiar —el padre acaba de morir—, donde llevan una existencia ociosa y sin horarios, en una casa enorme y destartalada. Uno de ellos compra un gabinete de física: «…telescopios, balanzas hidrostáticas, trozos de ámbar, brújulas, imanes, tornillos de Arquímedes, modelos de cabrias, tubos comunicantes, botellas de Leyden, péndulos y balancines, machinas en miniatura…». Montar esos artilugios se convierte en un nuevo juego que practican con limitado éxito, hasta que la llegada de un hábil Víctor Hughes soluciona el asunto: «Acababa de armar… los más complicados aparatos del Gabinete de Física…». Es la entrada del protagonista de la obra. En el resto de esta extensa novela, sin embargo, la ciencia pasa a segundo plano, salvo en algunos flashbacks durante los cuales los personajes recuerdan el gabinete de física. El autor parece olvidarse de ella. Los elementos científicos quedan limitados a divertimentos «que instruyeran deleitando», restringidos a los años de adolescencia, pero no forman algo sustantivo para tomarse en serio. Ya de adultos, esa ciencia divertida queda barrida por la dramática tecnología de la guillotina (llamada «la máquina»). Da la impresión de que los elementos de ciencia juegan el mismo papel que las ideas teóricas de la Ilustración: agradables como juegos de salón, pero imposibles de llevar a cabo en la práctica y que conducen al desengaño de varios personajes. Víctor es capaz de montar todos los aparatos del gabinete de física, pero la gobernación real implica tareas mucho más complicadas, que no sabe realizar sin recurrir al despotismo.

Según cuentan, García Márquez escribió Cien años de soledad teniendo dos novelas anteriores en la cabeza: Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, y El siglo de las luces (1962), de Alejo Carpentier. Y algo debe haber de cierto, porque en Cien años de soledad hay una referencia al protagonista de la segunda novela: «…el fantasma de la nave corsario de Víctor Hugues…». García Márquez trata la ciencia con mucha más extensión que Alejo Carpentier. Se sirve de ella como precursora de los saberes esotéricos que facilitarán la conexión del mundo físico con esa atmósfera irreal de aparecidos y fantasmas, tan presentes en los textos de Rulfo, y que García Márquez recrea con tanto éxito en su obra cumbre, de la que hablo a continuación.

 

Cien años de soledad (Gabriel García Márquez, 1967)

Una novela extraordinaria que narra la historia de la familia Buendía durante cien años en Macondo, un pueblo ficticio del Caribe colombiano. José Arcadio, el patriarca de la familia, es un hombre de gran curiosidad. Esa es la causa visible de que la ciencia y la tecnología estén muy presentes en el libro. Aparecen en la primera página y los gitanos son los encargados de llevar los adelantos científicos a Macondo en forma de atracciones de circo: «Primero llevaron el imán. Un gitano […] con el nombre de Melquíades […]. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades». Más tarde, traen otro adelanto: «En marzo volvieron los gitanos […] llevaban un catalejo y una lupa del tamaño de un tambor […]. Sentaron una gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa […] la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano. “La ciencia ha eliminado las distancias”, pregonaba Melquíades. Un mediodía ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos solares». A continuación, José Arcadio recibe de Melquíades varios instrumentos de navegación: «…el astrolabio, la brújula y el sextante», que le permiten llegar, con la única potencia de su inteligencia, a una conclusión asombrosa: «Los niños habían de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa […] y les reveló su descubrimiento. —La tierra es redonda como una naranja».

Por último, el gitano le proporciona a José Arcadio un laboratorio de alquimia: «El rudimentario laboratorio […] estaba compuesto por […] Melquíades dejó […] una serie de apuntes y dibujos […] que permitían a quien supiera interpretarlos intentar la fabricación de la piedra filosofal».

Surge la primitiva tecnología de la dentadura postiza: «…un Melquíades juvenil, repuesto, desarrugado, con una dentadura nueva y radiante […] se sacó los dientes, intactos, engastados en las encías, y se los mostró al público por un instante fugaz en que volvió a ser el mismo hombre decrépito…». Los gitanos vuelven sin Melquíades, pero traen el hielo: José Arcadio se lo enseña a sus hijos, suceso que será recordado muchas veces en la obra. El laboratorio de alquimia se transforma en un taller de platería, donde Aureliano, el hijo menor, se dedicará a fabricar pescaditos de oro. También hay intervención química: «…ácidos derramados y el bromuro de plata perdido…». Más adelante, aparecen otros inventos: «Una mañana […] colocó el primer rollo en la pianola […]. José Arcadio […] instaló en la sala la cámara […] con la esperanza de obtener el daguerrotipo del ejecutante invisible». Y este último invento tendrá un recorrido notable en la novela al pretender José Arcadio conseguir «el daguerrotipo de Dios». Tras la muerte de Melquíades, el patriarca intenta «…un sistema de movimiento continuo fundado en los principios del péndulo…».

Andando el tiempo, llegan a Macondo el ferrocarril, la electricidad, el cine y el teléfono. Todo ello viene de la mano de la compañía bananera, que construye un «pueblo aparte» y su ingeniero jefe conduce el primer automóvil de Macondo. La ciencia aparece de nuevo hacia el final del libro: «…volvieron los gitanos, los últimos herederos de la ciencia de Melquíades…». Y Aureliano comprende los apuntes que aquel escribió: «…las claves de la piedra filosofal, las centurias de Nostradamus y sus investigaciones sobre la peste…». Poco antes del final, aparece un sabio catalán y el primer avión con el servicio de correo aéreo.

La ciencia juega un gran papel en la obra y lo podemos ver analizando tres personajes. El patriarca José Arcadio, poseído por la pasión de conocer, devora los elementos científicos que están a su alcance. En varios pasajes, declara su interés por acceder a sus últimos avances. Y, sobre todo, acepta con total naturalidad hechos mágicos. Por ejemplo: «…la estera voladora que pasó veloz al nivel de la ventana del laboratorio llevando al gitano conductor y a varios niños de la aldea que hacían alegres saludos con la mano, y José Arcadio Buendía ni siquiera la miró. “Déjenlos que sueñen”, dijo. “Nosotros volaremos mejor que ellos con recursos más científicos que ese miserable sobrecamas”». Su actitud ante este tipo de sucesos es clave para conseguir que la persona lectora admita sin reparo los eventos del realismo mágico. El gitano Melquíades parte de la ciencia, pero se encamina más allá, a la práctica de la alquimia —a donde arrastrará a José Arcadio— y a los saberes ocultos y herméticos. Al final, se sabe que sus manuscritos estaban redactados en sánscrito. El coronel Aureliano, con un rol más pasivo —ha descargado su energía en las treinta y dos guerras que promovió—, encerrado en su laboratorio de pescaditos de oro, es el espectador de toda esta aventura. Por último, que sean los gitanos —un pueblo nómada y con el sanbenito de no ser «demasiado cultivado»— los encargados de llevar la ciencia a Macondo, parece un caso de justicia poética por parte del autor.

En la novela, se describe el proceso de modernización del pueblo, con la aparición de nuevos aparatos que representan adelantos tecnológicos comercializados. Todos esos avances, sin embargo, no mejoran de forma sustancial la vida en Macondo, anclado en sus roles pasados. La comunidad conoce un periodo de decadencia antes de desaparecer unida al trágico final de la estirpe Buendía.

 

El péndulo de Foucault (Umberto Eco, 1988)

Con un título extraído de la física, esta obra encierra bastantes referencias a las ciencias experimentales e innumerables a las ocultas. Quizá sea un pequeño juego del autor el proponer una obra esotérica con un título tan científico. La historia se basa en una idea de un editor de Milán para vender más obras esotéricas. Esa idea origina «el plan», gestado por tres intelectuales que trabajan en la editorial, y que involucra a templarios, rosacruces, masones, maniqueos… combinado con diversas doctrinas: esoterismo, hermetismo, cábala, alquimia, geomancia… «El plan» comienza como un juego, pero se complica y acaba como una inquietante pesadilla, que culmina en la sala del péndulo de Foucault en el Conservatorio Nacional de Artes y Oficios de París. 

Fuera de la novela, la idea del péndulo de Foucault es muy interesante. Se basa en que el plano de oscilación de un péndulo se mantiene inalterado (por la inercia de la masa pendular). Consideremos un péndulo sobre la Tierra, que pueda oscilar libremente en cualquier plano: como la Tierra está girando, ha de existir un movimiento entre ambos. Nosotros percibimos la Tierra como quieta; entonces, observamos que el plano de oscilación del péndulo se mueve. Este efecto permite visualizar la rotación terrestre. En los polos, el plano de oscilación de un péndulo de Foucault da una vuelta completa cada veinticuatro horas mientras que en el ecuador no se mueve. En latitudes intermedias, sí hay giro, pero su dinámica es más complicada.

Un diálogo «entre un chico con gafas y una chica» al comienzo de la novela introduce la historia del péndulo en la iglesia de Saint-Martin-des-Champs (que forma parte del plan): «…Primer experimento en un sótano en 1851 […] con un hilo de sesenta y siete metros y una esfera de veintiocho kilos…». Pero, cuando el chico intenta explicar su funcionamiento, lo hace muy mal y el asunto se queda como un dogma de fe: «…si te gusta, bien; si no, te aguantas…». La obra es un monumento a la erudición enciclopédica de su autor sobre el mundo de los símbolos y sus significados, lo que le permite construir una trama compleja, con cientos de referencias a ciencias ocultas, entre las que el péndulo aparece una y otra vez.

No hay muchas obras con un despliegue de conocimientos tan extenso sobre el mundo esotérico. Eco, en una entrevista, hablaba sobre la intención satírica de su novela frente a ese mundo: «…me gustaría que quedase claro que si uno lee seriamente El péndulo entienda que es la sátira, la representación grotesca de todos aquellos que leen y escriben el Código da Vinci. El péndulo podría ser leído como la crítica al Código da Vinci de Dan Brown, salvo que está escrito quince años antes…». Borges, que, en Pierre Menard, autor del Quijote (1939), postuló «…la técnica del anacronismo deliberado […] recorrer la Odisea como si fuera posterior a La Eneida…», no se hubiera alterado por la propuesta de Eco.

 

Lágrimas en la lluvia (Rosa Montero, 2011)

Esta novela de ciencia-ficción y misterio presenta una distopía en el año 2109. La acción sucede en Madrid. Los humanos conviven con tecnohumanos —también llamados replicantes— y hay tres civilizaciones distintas: los Estados Unidos de la Tierra y dos tierras flotantes —estructuras artificiales que orbitan en torno al planeta— que son el Estado Democrático del Cosmos y el Reino de Labari. La tecnohumana y detective privada Bruna Husky es la protagonista de la trama. Y, gracias a Yannis, un archivero que participa en la escritura de la historia oficial, nos enteramos de la evolución de esos mundos imaginados.

Entre las muchas novedades que esta novela propone (como androides, pistolas de plasma, luz densa o nuevos minerales), está la teleportación que los seres de esa sociedad utilizan para vencer enormes distancias y alcanzar planetas lejanos. Sin embargo, es un método no carente de riesgos, como la autora nos cuenta con argumentos muy científicos: «En 2073 […] Fue la primera vez que se teleportó a un humano a través del espacio exterior […] En 2080 […] ya se había hecho público algo que los científicos y los Gobiernos supieron desde los comienzos […] el teletransporte es un proceso atómicamente imperfecto y puede tener gravísimos efectos secundarios. Es una consecuencia del principio de incertidumbre de Heisenberg, según el cual una parte de la realidad no se puede medir y está sujeta a cambios infinitesimales pero esenciales. Lo que significa que todo organismo teleportado experimenta alguna alteración microscópica: el sujeto que se reconstruye en el destino no es exactamente el mismo que el sujeto de origen […] Este efecto destructivo de la teleportación es denominado desorden TP […] La posibilidad de sufrir un desorden TP grave aumenta vertiginosamente con el uso, hasta llegar al cien por cien a partir del salto número once». Y un personaje secundario cuenta cómo perdió un brazo por ese efecto: «Y lo que pasó es que a la vuelta del segundo viaje, en mi cuarto salto, el desorden celular hizo que este brazo llegara sin huesos. Sólo quedaba la última falange del dedo anular; el resto del tejido óseo se había volatilizado y la extremidad era una piltrafa de carne que hubo que amputar».

La novela tiene múltiples subtramas y ha formado una saga. La acción continua con el mismo personaje y escenario en dos novelas más: El peso del corazón (2015) y Los tiempos del odio (2018). La autora hace énfasis en los problemas psicológicos de los tecnohumanos, que nacen adultos y solo viven diez años (la protagonista está constantemente recordando el tiempo que le queda). El ambiente que retrata la novela se puede ver como una continuación de Blade Runner, la película de Ridley Scott basada en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968).

 

El jardín de senderos que se bifurcan (Jorge Luis Borges, 1941)

Esta narración, profunda como todas las de Borges, pertenece al género policial. En el marco de la Primera Guerra Mundial, un espía chino al servicio de Alemania se desenvuelve en el Reino Unido. Sabiéndose perseguido, «…¿yo, ahora iba a morir?…», visita a un sabio sinólogo y consigue transmitir un mensaje secreto.

El sabio ha descifrado una novela china muy extraña, de título El jardín de senderos que se bifurcan y que fue escrita por Ts’ui Pên, un antepasado del espía protagonista. Este considera la novela como «…un acervo indeciso de borradores contradictorios […] en el tercer capítulo muere el héroe, en el cuarto está vivo». El sabio ha entendido la novela y le explica la clave a partir de una frase que encontró en una carta de Ts’ui Pên: «…me sugirió la imagen de la bifurcación en el tiempo, no en el espacio […]. En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta —simultáneamente— por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan…». Esta visión encaja con dos ideas científicas actuales: los universos paralelos en mecánica cuántica y la teoría de los mundos posibles en lógica matemática.

La interpretación de los universos paralelos va como sigue: la descripción cuántica de una partícula incluye todos los estados en los que esa partícula se puede encontrar (un número finito, lo que se denomina superposición). Una medida sobre la partícula la fija a un estado concreto: el que devuelve la medición (se dice que la función de onda colapsa a ese estado). La partícula, desde ese momento, evolucionará como si siempre se hubiera encontrado en ese estado. Esta interpretación considera que, cada vez que se realiza una medida, se replican tantos universos paralelos como posibles resultados puedan darse.

La teoría de los mundos posibles se comprende con un ejemplo: en la novela de P. K. Dick, El hombre en el castillo (1962), los alemanes y japoneses han ganado la Segunda Guerra Mundial. Ese era un mundo posible en 1940, pero no ahora. La historia pasada y la presente fija los mundos pasados y actual; sin embargo, el futuro está lleno de incertidumbre, hay muchos puntos de decisión de los que desconocemos el resultado. En función de esos desenlaces, el mundo actual evolucionará hacia uno u otro de los futuros mundos posibles. Como en el relato de Borges, esta teoría tiene en cuenta todos los mundos posibles, para decidir —inferir o rebatir— las inferencias lógicas válidas frente a hechos cambiantes.

 

En estas obras hemos encontrado elementos de ciencia inanimada, en su mayoría de física, que han impulsado a las narraciones, y las han dotado, a veces, de significados secretos. Pero ¿qué sucede cuando el mito de la ciencia se gira hacia los vivos, y les mira la sangre, el hígado, los menudillos? ¿O la savia, las hojas, las flores? La respuesta, en la próxima entrega.

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