Lo primero que recordarás ese día será lo del taller mecánico. Cuando tenías no más de seis años, y tu papá las llevó a ti y a tu hermana en el asiento de atrás. No sabrás por qué, pero son las primeras imágenes de él que vendrán a tu mente.
Recordarás que él las levantó, les dio el desayuno y las ayudó a lavarse los dientes. Tu mamá estaba en el trabajo. Luego, vendrá a tu cabeza el momento en el que estás frente al espejo de un baño desconocido y tu pelo es cepillado por una mujer que nunca has visto. Tu hermana mira con cara de susto mientras las manos de la mujer recogen tu frondosa cabellera en una cola de caballo con un elástico para billetes. Tus ojos chinos por lo tirante del peinado. Las manos de la mujer te echan agua con una peineta para emparejar los rulos que se quieren escapar. Tu papá dice que es lo que más le cuesta y que nunca le resulta bien. El mecánico se ríe dándole las gracias a su mujer. Tus ojos y los de tu hermana chinos. El elástico para billetes tirándoles el cuero cabelludo.
Hay miles, millones, innumerables imágenes y recuerdos de él en tu cabeza. Pero estas son las que primero aparecerán ese día.
La siguiente es la del metro. Esta te extrañará menos porque, de vez en cuando, la recuerdas. Están en el primer vagón del metro que pasa por la estación Manuel Montt, no van a ningún lado, simplemente están andando en metro. Es la primera vez que lo haces, la segunda de tu hermana. Él propone el juego: en la próxima estación se bajarán y se cambiarán de vagón. A ti te da miedo, pero no lo dices. Lo miras hacia arriba y aprietas más fuerte su mano rozando su pantalón de cotelé. Se abren las puertas y corren. Tu hermana grita y se ríe, él tira de tu mano arrastrándote por el andén. Sientes que se te sale el corazón. Avanzan tres vagones. Alcanzan a entrar justo antes de que las puertas se cierren. Él te abraza y pregunta si quieren hacerlo de nuevo. Las dos contestan a gritos que sí.
En cambio, ese día, no podrás ni hablar. No podrás tragar ni tu propia saliva. No intentes abrazar a nadie. Será peor.
Lo único que te tranquilizará son las imágenes. Aférrate a ellas.
Vendrán las del día de la fuente de soda. Sí, ya sabes cuáles. Tu mamá llora en el sillón beige del living y él pregunta quién quiere comer completos. Tu hermana pregunta por qué no va la mamá, ella contesta que se siente mal. Los tres en la fuente de soda. La palta chorreando por tu muñeca. Él dice: Niñitas, mañana me voy a ir.
Ese día tendrás mucho frío. Querrás sentarte en el patio, donde llegue el sol. Tendrás ganas de fumar. Hazlo; por esta vez, qué importa. Pensarás si podrías haber hecho algo distinto. No lo hagas. Vuelve a tus imágenes.
Su departamento del centro y el olor a humedad. La tetera en el fuego, las marraquetas con margarina. Sus manos con pecas sostienen el tazón de loza amarilla. Sus manos te hacen cariño en el pelo. Sus preguntas por el taller de teatro, tú contestas que lo dejaste hace un año. Tu hermana en silencio, los tres juegan dominó. Las fichas pegajosas.
Te preguntarán muchas cosas ese día. Intenta entender antes de contestar que sí. Las flores blancas siempre quedan mejor, el pino es más bonito que el raulí. No te preocupes por la plata, él dejó lo suficiente.
Luego, aparecerá el recuerdo de esa vez que lo acompañaste al hospital. Él sentado en la silla azul de la sala de espera con la bolsa de exámenes en la mano izquierda. El momento exacto en que pronunció esa palabra y cómo su boca se vio diferente al decirla. Recordarás cuando la googliaste y cómo tu estómago se retorció.
Estas imágenes no ayudarán. Las de su cuerpo flaco en el catre clínico tampoco. Las de los años posteriores menos. Trata de ir más atrás.
Tendrás que calmar a tu hermana. Es más grande, pero no es más fuerte. Ella preguntará detalles. No se los des. Dile que todo va a estar bien. Tienes que decirlo. Trata de creértelo tú también, aunque sea un momento. Aunque sea hasta que llegue tu mamá.
Mirarás su pieza y te parecerá como si la vieras por primera vez. Su velador repleto, esos libros que no sabías que tenía. Las cajas de remedios. Remedios sueltos. Su reloj despertador chiquitito de plástico. Su último vaso de agua.
Te preguntarás por qué no dejó nada escrito. Te contestarás sola.
Llegará tu mamá. Te abrazará y su olor te hará llorar otra vez. Tus mocos quedarán en su chaleco. No importa, es lo que menos importará ese día. Ella también dirá que todo va a estar bien. Mientras lo dice, tú le creerás.
Nosotras lo vestimos, tú ya tuviste suficiente, dirá tu hermana.
Volverás al patio, donde llega el sol.
Te preguntarás de dónde sacó la cuerda.
No lo hagas. Aférrate a tus imágenes. Quédate en el sol.
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Instrucciones para el último día, una melancolía urbana de TATIANA LARREDONDA.
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